Un anciano muy creyente tenía graves problemas económicos, y comenzó a decirle a Dios:
–Señor, tantos años te he servido sin jamás pedirte nada; pero ahora estoy viejo y sin recursos.
Señor, ¡ayúdame a ganar la lotería!
Pasaron días, semanas y meses, y nada sucedía.
Una noche el anciano, desesperado, le dijo a Dios a voz en grito:
–Señor, ¿por qué… por qué no me das una mano… para ganar la lotería…?
De pronto oyó la voz de Dios que le decía:
–¿Y por qué no me das tú una mano… comprando un billete de la lotería…?
Anthony De Mello