Quiero compartir con ustedes una experiencia de la vida cotidiana, de esas que nos suceden muy frecuentemente, algo muy sencillo, pero en donde vamos a hacer una reflexión que nos ayude a acercarnos a Dios en lo habitual.
Hace algunos días una persona me regaló 4 aguacates, grandes, apetitosos, pero verdes aún.
Me dijo que eran de unos árboles que tiene en su casa, así que le agradecí aquel gesto tan amable de su parte.
Para poder comerlos pronto se me ocurrió hacer un truco de esos que las abuelas nos han enseñado para poder ayudar a la fruta a madurar más pronto: envolverlos en papel periódico. Así lo hice y al día siguiente desenvolví uno de ellos y estaba más que listo para saborearlo, lo partí y realmente su sabor era exquisito. Pero por cuestión de trabajo y las prisas olvidé hacer lo mismo con el resto.
Después de unos días quise comer otro aguacate y al abrirlo me di cuenta que estaba más que maduro: estaba podrido, el procedimiento al que lo sometí fue demasiado, así que tuve que tirarlos.
Me dio tristeza, porque por un descuido mío los frutos fueron desperdiciados.
Esto me llevó a hacer una pequeña reflexión: El fruto para que pueda comerse debe estar lo suficientemente maduro, ni antes, ni después. Esto lleva un proceso natural, con el tiempo que el fruto necesita, no con el que yo necesite, hay que tener PACIENCIA.
Lo mismo sucede con las personas, ellas van a madurar con el tiempo que requieran, no con lo que se necesite o con lo que pensemos, hay que tenerles paciencia y la paciencia es una virtud la cual pocas veces practicamos, queremos que el otro o yo mismo cambie pronto, porque ya es tiempo, porque se necesita, porque urge, pero TODO requiere un proceso determinado.
¿Quieres entender la Palabra de Dios? Date el tiempo necesario y no te desesperes, trabaja en estudiarla y te aseguro que antes de que lo esperes comenzarás a entenderla.
Photo by freepik – www.freepik.es