En un círculo formado por sillas de montar, una de ellas se quejaba: «¡Yo cargo con el jinete!».
Y como sabía que era así, lo decía con toda seguridad, plenamente convencida. Nadie la contradijo, excepto una. «Piénsalo bien», le aconsejó.
La silla lo hizo.
En un momento de calma, reflexionó sobre sí misma y su cometido.
Al final comprendió: «Es verdad: yo llevo al jinete, pero el caballo me lleva a mí».
Además, vio con claridad que el caballo no solo la llevaba a ella, sino también al jinete; porque claramente reconoció que si ella era capaz de llevar al jinete era porque ella misma era llevada.
Al instante se sintió mejor. Respiró hondo y, de pronto, se sintió liberada.
La invadió una energía completamente nueva.
Y cargar con el jinete se convirtió para ella en una alegría.
Cada uno de nosotros lleva una carga, alguien o algo depende de nosotros, pero no olvidemos nunca que, a nosotros también alguien nos lleva, al final, TODOS somos llevados por la mano de Dios.
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