Durante la trágica retirada del ejército alemán en territorio ruso, en enero de 1943, vi cómo un joven voluntario auxiliar ruso cuidaba en forma conmovedora a un anciano soldado alemán.
En ocasiones lo sostenía en sus brazos, o bien cargaba con él, y por las noches lo acomodaba sobre la paja o alguna otra cosa para que descansara, quedando él pendiente mientras el anciano dormía.
Una vez le pregunté:
–¿Cómo es posible que, siendo tú ruso, quieras tanto a este anciano, el cual, siendo alemán, es tu enemigo?
El joven me explicó:
–Sé muy bien que esto me costará la libertad y aun la vida si los rusos se apoderan de mí.
Pero este anciano alemán fue mi jefe de trabajo y me trató siempre como a un hijo. Yo no puedo abandonarlo en estas condiciones.
Bernard Häring
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