Víctor Frankl, psiquiatra judío superviviente de los campos de concentración nazis, después de la Segunda Guerra Mundial escribió extensamente acerca de los efectos de los campos en la psique y el espíritu de los internos, así como en su cuerpo.
Y, lo que es más importante, su profundo análisis de los temas en su ya clásica obra El hombre en busca de sentido, tiene especial significado para cualquiera que se sienta atrapado en una situación sin sentido, destructiva u opresiva.
En medio del fanatismo del antisemitismo nazi – sus hornos crematorios y sus experimentos médicos, sus marchas mortíferas y su régimen de inanición-, Frankl descubrió que el efecto final de tal brutalidad, física o psicológica, no dependía en absoluto de los opresores, sino de los oprimidos mismos. En definitiva, piensa Frankl, nadie puede destruirnos a no ser que le demos un poder sobre nosotros que le permita hacerlo, a no ser que nosotros mismos cedamos al mensaje del opresor.
El opresor, por supuesto, puede forzarnos, controlarnos o incluso matarnos, pero no puede quitarnos nuestro sentido del yo, nuestro sentido de nuestro propio valor, nuestro sentido de tener un propósito ni nuestro sentido del bien. Ni siquiera puede quitarnos nuestro sentido de la libertad.
Todos, de alguna manera, estamos encarcelados por algo, pero la actitud que elegimos tener determinará si la «cárcel» en la que estamos tiene el poder de destruirnos o no.
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