El Diablo emprendió un viaje por el Mundo. Quería enterarse de cómo rezan los hombres.
El viaje duró muy poco, pues los hombres, y aun los cristianos, que oran de verdad son ya muy escasos. También fue un viaje satisfactorio para el Diablo puesto que las actuales distraídas y aburridas oraciones son enteramente inocuas. El Diablo regresaba alegre al Infierno cuando vio a un campesino que gritaba y gesticulaba como loco.
El Diablo se ocultó en un surco para observar. Aquel campesino estaba discutiendo groseramente con Dios; le exigía, le reprochaba y se quejaba, sin medir sus palabras ni sus gestos. Entretanto el diablo se frotaba las manos de pura alegría.
De pronto pasó un sacerdote, y le dijo al campesino: –¿Por qué le hablas así a Dios?… ¿No sabes que tu actitud es pecado?
–Padrecito, si le hablo a Dios así con toda franqueza, es porque yo creo realmente en Dios; Lo trato con confianza porque sé que él me escucha.
–Tú estás loco –concluyó el sacerdote, y disgustado siguió su camino.
El Diablo por su cuenta se alejó muy alarmado; había descubierto finalmente que por lo menos un cristiano le hablaba a Dios no con palabras memorizadas y rutinarias, sino con palabras francas y espontáneas, así como se habla entre amigos
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